La metáfora, ese recurso lingüístico que consiste en hablar de una cosa y compararla con otra, es útil porque nos ayuda a explicar, entender y hacer evidentes fenómenos sociales complejos, al proporcionarnos una imagen o representación lo bastante gráfica como para tomar acción en torno a ellos.

En la lucha por la igualdad y la defensa de los derechos de las mujeres se han empleado diversas metáforas para señalar inequidades, muy especialmente en el ámbito laboral: techo o laberinto de cristal, anillo o zapatillas de diamante, fuga de tuberías, suelo pegajoso, ghetto de terciopelo, muro maternal, muro de palabras, y una muy particular, la más engañosa de todas, el precipicio de cristal.

Esta metáfora se refiere a la preferencia por mujeres para ejercer el liderazgo en situaciones de crisis. Se ha evidenciado en no pocos estudios, que cuando las circunstancias económicas aprietan, las mujeres salen a la calle incrementándose su participación laboral. En cuanto se alcanza crecimiento o estabilidad y se comienzan a vivir circunstancias más holgadas, esta participación disminuye. Lo mostró en un reciente evento la feminista venezolana Esther Pineda a través de un estudio sobre desigualdad tributaria de género, bajo los auspicios de la Fundación Friedrich Ebert, con data del Instituto Nacional de Estadística.

En un análisis sobre los nombramientos de miembros de los consejos directivos de cien empresas de la Financial Times Stock Exchange (FTSE) se demostró que, en un periodo de recesión económica, las empresas que ascendieron a una mujer para formar parte de su consejo directivo habían experimentado en los meses precedentes al nombramiento un patrón de rendimiento en bolsa considerablemente más pobre que aquellas empresas que habían designado a un hombre. Esto les llevó a acuñar la consigna: “piensa en liderazgo, piensa en masculino; piensa en crisis, piensa en femenino”.

Bajo el estereotipo sexista de que las mujeres en las organizaciones son proclives a ganarse a la gente, más colaboradoras, organizadas, esforzadas, responsables, comprometidas, empáticas y abnegadas, se piensa que ellas son mejores que los hombres en momentos de extrema urgencia. Una head hunter nos decía que en estos últimos meses estaba recibiendo muchas solicitudes para cargos gerenciales en empresas venezolanas, especificando que fuese una mujer, justamente por esas razones: “ellas son mejores en las crisis”.

El engaño está en que tal designación u oportunidad para ejercer el poder pareciera ser el reconocimiento genuino a las capacidades de las mujeres para vencer toda suerte de obstáculos, así como la reivindicación de su justo derecho a ser tomadas en cuenta para ejercer posiciones de liderazgo. Pero esto no es más que la perpetuación del esquema del relegamiento de las mujeres a puestos precarios. En este caso es un puesto de liderazgo, sí. Pero un puesto que conlleva un riesgo enorme de fracaso por la emergencia de una crisis sin precedentes. Es casi como que “si ya no hay nada que perder, pongan a una mujer al frente”.

Un muy probable fracaso corroboraría la convicción de muchos de que las mujeres no están hechas para dirigir. De allí la metáfora “precipicio de cristal”: no se ve el peligro porque ya se ha llegado a la cima.

Los hombres, más orientados al éxito, educados para triunfar y ser poderosos, se autoexcluyen de posiciones en situaciones como esas.

Huelen el peligro y dan puerta abierta para que otro, aunque sea una mujer, se encargue. Repentinamente pierden el interés. Se entiende, porque son posiciones donde se puede recibir mucha presión, descalificación y juicios severos por parte de un colectivo ya sensible.

La solución a esta trampa no es fácil, porque estando nosotras tan ávidas de cualquier espacio para dirigir, aun cuando fuese en las circunstancias más penosas, sería una pena no tomarlo. Si la divina providencia nos pone en ese camino, mi consejo es, vamos por él.

Inclusive si con esto damos pie para confirmar una visión sexista del liderazgo femenino, y asumiendo el riesgo de que todo salga mal, bien vale la pena aprovechar y copar todos los espacios. Confiemos en nuestras capacidades para salir airosas de la prueba y luchemos también por los puestos que les gustan a ellos, los más prometedores; pero más importante aún, pidamos a nuestros pares masculinos que nos acompañemos juntos en la tarea del liderazgo, tanto en las buenas como en las malas.