«Las feministas no le decimos a la gente como tiene que vivir su vida».

Juliet Mitchell

Contrario a lo que muchos piensan, no estamos en contra de las amas de casa ni de quienes se dedican a los quehaceres domésticos, pero sí lo estamos en contra de la desigual distribución de esa carga sobre nosotras las mujeres, con la única sustentación de que somos eso, mujeres. Y como que nos toca pues. Es un trabajo ingrato, duro, no reconocido ni remunerado, que nos roba uno de los recursos más importantes de la vida: tiempo.

Cuando yo no puedo decidir qué hacer con mi tiempo, no tengo control sobre mi vida. Cada minuto que se va en fregar pisos o cambiar pañales o pasear a la abuelita porque no hay más nadie que lo haga, es un minuto de vida que pude haber invertido en cualquier otra cosa que me acercara más a mi meta propia, mi sueño mío o mi ideal de vida para mí, cualquiera que este sea. Si hay una palabra clave en el feminismo esa es Elección. Libertad para elegir.

Siempre habrá una mujer que diga: “pero es que mi sueño es ese, cuidar de mis hijos y mi marido, yo elegí ese camino y soy feliz”. Para mí esa ilusión de elección es un producto de la crianza de la que somos objeto. El patriarcado, tan poderoso y habilidoso, nos vende de mil maneras la idea de que hay algo místico, romántico y grandioso en eso de dedicarse a la tarea del hogar y los cuidados. Y que pensar en la posibilidad de tener una vida propia es egoísmo. Eso solo lo hacen las malas de las telenovelas que justamente por eso, terminan locas, solas o en la cárcel.

Cuando escucho a una mujer decir que esta dedicación tiene “otras recompensas”, pienso en lo lejos que estamos de la verdadera igualdad.

Es una creencia machacada hasta el cansancio por la publicidad, la religión, la educación sexista y un modelo económico patriarcal que distribuye el trabajo a partes desiguales, reservando para ellos los que son bien remunerados, retantes, poderosos. Y para ellas, los peor o simplemente no remunerados, los que involucran cuidar a otros y estar en segundo plano, basados en lo que se supone debe hacer un hombre como sexo fuerte y lo que debe hacer una mujer como sexo débil (sí, aun sale así en el Diccionario de la Real Academia). Pero todo esto disfrazado y vendido bajo el manto sagrado de la “natural” devoción que una mujer/madre “debería” sentir por los otros. La que se rebela contra esto o no siente una epifanía mientras baja fiebres o cocina una sopa es una bicha. La que no se apunta a la lactancia exclusiva o está 24-7 cuidando con devoción a sus hijos es una abandonadora y la persiguen grandes cargos de conciencia. La penalización es doble, tanto si te quedas como si te sales.

Producto de la culpa que esto genera, las más pudientes contratan los servicios de otras mujeres (mal pagadas, sin seguridad social) para poder mantenerse en la carrera gerencial, surfeando el mar de miradas desaprobatorias de muchos hombres y de otras mujeres cercanas. Pero las que no pueden sostener esta infraestructura de apoyo les toca doble y triple jornada, aunque sus parejas las “ayuden”.

Todas las encuestas recientes que miden el uso del tiempo, en todos los países, arrojan diferencias significativas de empleo de horas para trabajos domésticos por parte de las mujeres por encima del tiempo que le dedican los hombres. Lo peor es que la realidad aquí revelada no parece ser diferente en las nuevas generaciones. Y además no parece producto de una elección consciente distribuida al azar entre dos porciones idénticas en número de la población; no veo a hombres teniendo que decidir entre ambas opciones: ¿casa o trabajo? Es un cuestionamiento reservado para las mujeres.  Yo pregunto, ¿si es tan maravilloso limpiar y cuidar por qué no se dedican ellos en igual proporción de tiempo que las mujeres? ¿por qué a un hombre no le está permitido ser amo de casa o dedicarse a los “quehaceres” del hogar exclusivamente mientras su pareja trabaja sin ser blanco de críticas?

Este no es un tema menor. Las economías dependen de los cuidados de niños, ancianos, y trabajadores para que pueda haber productividad, salud y felicidad. Pero ya basta de que esa vital responsabilidad recaiga solo en las mujeres y que además las tareas domésticas no se consideren trabajo, sin que sean recompensadas de ninguna forma. Los Gobiernos tienen que tomar cartas en el asunto creando mecanismos para remunerar estas labores, y nosotros los ciudadanos exigir la creación de guarderías y geriátricos subsidiados por el Estado, pero también la promoción de una curricula escolar no sexista, así como escuelas para padres y madres que enseñen desde la más tierna infancia que la labor doméstica nos toca a todos. Y que cada mujer decida cómo quiere vivir su vida y emplear su tiempo, pero eso sí, conscientes y alertas a las manipulaciones de género.