Cuando usted asiste a estudiar economía, contaduría o administración la frase más sensata que escuchará es “los recursos son limitados y las necesidades infinitas”. Con esa máxima se organiza la vida profesional de cualquier profesional que egrese de algunas de estas carreras.

Lo que acaba de suceder después del anuncio de medidas dictadas por el ejecutivo nacional en el mes de agosto del año en curso olvida esa premisa y entiende que los recursos son infinitos y que todas las necesidades deben ser cubiertas. Esa premisa ha generado la peor corrida negativa de la economía de Venezuela en toda su historia contemporánea. Los vecinos acorralados anuncian a los conserjes que no pueden con la carga salarial y prestacional, los pequeños empresarios han optado por disminuir o cerrar sus empresas, los precios se han multiplicado en apenas semanas por dos o tres veces su valor previo antes de las medidas.

Si esas medidas se hubiesen dictado de manera aislada quizás su efecto no sería tan dramático pero junto a ellas se anunció el aumento del precio de la gasolina, ya aplicado en los estados fronterizos, el aumento del IVA, un conjunto de medidas fiscales y un aumento en el encaje legal bancario. También se mantiene una regulación en 50 bienes y se persigue a comerciantes para que lo cumplan, llevándolos incluso a la cárcel.

No era necesario ser un genio en la economía o en la lógica elemental. Las consecuencias son visibles, notorias y como todo lo realizado por este gobierno, serán permanentes. Las empresas que han cerrado no podrán, ni serán, expropiadas ni muchos menos recuperadas ya que eso nunca ha sucedido.

La ausencia de sentido común, de conocimiento técnico y sobretodo del deseo de recuperar a la economía parecen guiar este batiburrillo de iniciativas llevada adelante por el gobierno. La escasez es una marca del sistema. Faltan tickets de metro, billetes, comida y por encima de todo la voluntad para enfrentar lo que hay que enfrentar. Hacer lo correcto y punto.

El país se cae a pedazos, no es una metáfora. No es una exageración. En cada esquina una bolsa de basura es la cena de un ciudadano, en las calles caminan niños sin zapatos y sucios, las empresas reciben a pocos clientes, las calles solas de lunes a domingos, las noches como tierra desolada.

Supongo que alguien se siente feliz con eso. Todo esto debe ser el triunfo de algún mequetrefe que odiando a la sociedad, a la democracia, al pueblo se siente realizado al ver esto.

La empresa es el centro de la actividad de todo país, no son los ministerios, ni los entes del estado. Cuando se aniquila una empresa, que es un hecho social y económico, se cercena el futuro. Primero se produce y luego se distribuye.

La sociedad moderna, universal, ha logrado en todas partes la coexistencia pacífica entre estado y empresa. Se necesitan mutuamente, no puede existir el uno sin el otro. El país que se llama Venezuela no es una decisión del chavismo y de sus ideas petrificadas. El país es la voluntad de su gente, allí estamos profesionales, empresarios, obreros, comunidades, universidades y todo aquel que es un doliente de esta realidad que nos arropa.

En cada rincón del país hay gente capacitada, para manejar esta situación mejor de lo que se hace. No está el gobierno de Venezuela capacitado para hacerlo. Ha tenido la oportunidad de hacerlo en el pasado, muchos han sido convocados para dar sus recomendaciones y el gobierno ha preferido seguir su empeño de control total de la sociedad. Lo más interesante es que aquello que controla son los factores de fuerza que requieren para mantenerse, el resto está en la anarquía total. Podemos afirmar como la serie española de hace algún tiempo ya “aquí no hay quien mande”.