“En cuanto alguien comprende que obedecer leyes injustas es contrario a su dignidad humana, ninguna tiranía puede dominarle.”

Mahatma Gandhi

Se entiende por dignidad la cualidad del individuo que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad, con respeto hacia sí mismo y hacia los demás no dejando que lo humillen ni degraden.

El concepto tiene su origen en la antigua Grecia, a lo largo del tiempo se ha enriquecido en su significado y alcance, pasando de ser un concepto vinculado a la posición social a expresar la autonomía y capacidad moral de las personas, constituyéndose en el fundamento indiscutible de los derechos humanos.

A finales del siglo XX, como realización de las ideas liberales, la democracia se impuso en la teoría y en la práctica como el único régimen posible para las sociedades modernas, en especial a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, muchas de las naciones que no contaban con regímenes democráticos, paulatinamente fueron modificando sus marcos constitucionales y estructuras políticas para instaurar modelos democráticos al menos en apariencia.

En América Latina vivimos en el último cuarto del siglo XX el fin de las dictaduras militares y gobiernos totalitarios populistas, para dar paso a la formación de regímenes democráticos; sin embargo ante la imposibilidad de estos de generar progreso, bienestar y de acortar las brechas sociales se comenzaron a imponer regímenes populistas de izquierda en algunos países utilizando las formalidades de la democracia tomando el poder para permanecer en él, siendo su primera víctima la dignidad del individuo. Afortunadamente ya en el segundo decenio del siglo XXI las cosas han comenzado a cambiar con más o menos aciertos, pero con una firme inspiración demócrata.

Así como se impone la democracia igualmente se imponen los derechos humanos como una condición indispensable para el desarrollo de la democracia y la propia existencia de los Estados.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos menciona que “todas las personas son libres e iguales en derecho; es decir, da reconocimiento a la dignidad humana.” Se refiere a la protección y garantía de que cada ser humano constituye la base del Estado de Derecho, que deriva del respeto hacia uno mismo y hacia los demás.

Cada uno de nosotros tiene el derecho de ser valorado como un sujeto individual y social, en igualdad de condiciones, por el solo hecho de ser persona.

Por el contrario, se oponen a la dignidad humana, los tratos humillantes, discriminatorios y desiguales. Se debe entender a la dignidad de las personas como el derecho de realizar su propio destino sin más restricciones que la moral y la ética imponen.

Sin embargo, dignidad y vulnerabilidad siempre van de la mano. Porque ella depende directamente de nuestra actitud y de la autoestima.

El hecho mismo de que las políticas de Estado en Venezuela nos tengan en la base de la pirámide de Maslow; aquella que habla de la jerarquía de las necesidades humanas, que en su base están las necesidades fisiológicas como respirar, alimentarse entre otras y estemos pendientes solo de sobrevivir, es un mecanismo para socavar la dignidad de la persona para tener el control social que le permitirá mantenerse en el poder.

Debemos entender que merecemos lo mejor, no camiones de estaca para trasladarnos o recibir una bolsa de comida a cambio de lealtades, que debemos ser respetados por lo que somos, tenemos y nos caracteriza, no es orgullo, es dignidad. Así como no se debe interpretar como egoísmo defender nuestra identidad, nuestra libertad y nuestro derecho a tener voz propia, opinión y valores.

Tenemos el deber de no descuidar, olvidar o dejar en manos de otros, la dignidad.

Siempre debemos recordar algo: la esperanza no es lo último que una persona debe perder, en realidad lo que jamás debemos perder es la dignidad personal.

Nuestra dignidad no son unas llaves que ponemos en nuestro bolsillo y que de vez en cuando, la usamos para abrir alguna puerta o dejamos en custodia de otros. La dignidad es el valor intransferible, incondicional, propio y privado de cada uno. No se deja, no se pierde ni se vende.

Las personas perdemos nuestra dignidad cuando nos dejamos humillar y boicotear de forma sistemática por otros o por el poder. Perdemos nuestra dignidad cuando dejamos de respetarnos a nosotros mismo. La dignidad se pierde cuando nos volvemos conformistas y aceptamos mucho menos de lo que merecemos. También perdemos nuestra dignidad cuando exigimos privilegios y vulneramos el sentido del equilibrio y la igualdad respecto a nuestros semejantes.

Tal como dijo Martin Luther King una vez, “no importa cuál sea tu oficio, no importa el color de tu piel ni cuánto dinero tengas en tu cuenta bancaria, todos somos dignos, y todos tenemos la capacidad de construir una sociedad mucho mejor basada en el reconocimiento de uno mismo y en el de los demás.”